Su dinero ha volado

En España, tierra de la envidia, se confunde el resentimiento con la lucha de clases. Cuando se hundió el Titanic, se escribió que el naufragio causó honda emoción, pero también alegría secreta porque entre los pasajeros había muchos millonarios.

Ahora se corre el riego de un nuevo colapso económico si no llegan a un acuerdo Obama y los republicanos. «La situación de la economía es tan potencialmente amenazadora y arriesgada –me explica un alto funcionario– que incluso los ricos corren el riesgo de ir un día a su banco en Suiza y que les digan, como les dijeron a los de Bankia o a los de las preferentes: ‘Su dinero era sólo una anotación contable. Ha volado’». Entonces se confirmaría que la banda de políticos y banqueros estaba formada por avezados atracadores y llegaría el gran día para los que han luchado por el fin del capitalismo.

Lo que pasa es que el vértigo de la tempestad sobre Washington tendría fatales consecuencias. La Tierra seguiría siendo un infierno para todos los animales y para un número aún más grande de personas. El Canal de Sicilia, entre el aullido del viento, en la orilla del sueño, se extendería al mundo entero, donde ya no quieren a los náufragos ni como esclavos. Prefieren que los apátridas que huyen de Ítaca sean amortajados con el sarro del mar.

Nos han dicho tantas veces que hervirán las aguas del mar, nos han amenazado con el holocausto nuclear y el calendario maya, con el Papa anticristo y el Juicio Final, que ya estamos avisados. «No hay que esperar al Juicio Final, se celebra cada día», escribió Camus. Lo que sí es verdad es que las cosas ya no ocurren nunca lejos y tienen repercusión instantánea en el mundo.

Christine Lagarde, vegetariana, practicante de yoga, abstemia y no mal dormida, que tuvo un trillón en la caja del FMI para conjurar las quiebras y la voracidad de los mercados, ha confirmado hace unas horas que habría un colapso mundial si Estados Unidos cierra por quiebra. No sé por qué se asusta tanto la cajera del planeta. España misma ha quebrado docenas de veces a lo largo de la Historia, y también los Estados Unidos. No ocurrirá nada, ni se volverá al trueque, ni a la garganta por el cuchillo. La última vez que el dólar cerró la tienda, la Casa Blanca se llenó de becarias y Monica Lewinsky tuvo que sorberse el default.

Empiezo a preocuparme, eso sí, de los ricos. Deberían comprar el bitcoin, un algoritmo-moneda sin control de los bancos ni de los gobiernos, aunque también es una anotación contable.